¿Qué pasó allí realmente?

El 26 de abril de 1986 tuvo lugar la mayor catástrofe química y radioactiva (junto con Fukushima) de la historia provocada por el hombre: Chernóbil. Central nuclear Vladímir Ilich Lenin, a 3 km de la ciudad de Prípiat, actual Ucrania.

HBO se ha adentrado de lleno en ese lugar apocalíptico despojado del paraguas de lo sobrenatural y ficticio para narrar con veracidad y seriedad lo acaecido tras la explosión del núcleo de la central de ‘Chernobyl‘ en una miniserie de cinco capítulos de la que ya podemos visionar el primero de ellos.

Todo hay que decir que ya de por sí, todo lo que tenga que ver con este lugar ya suscita cierto interés a nivel cinematográfico. Pero esta vez, el hecho de que la serie afronte el tema desde un prisma más crítico y concienzudo hace que la escena cobre magnitud, sumergiendo a todos en una horrible pesadilla con un constante ritmo agónico y corrosivo.

Este primer capítulo es todo un acierto en cuanto al clima y la atmósfera generada. Sin grandes alardes digitales y con una cierta austeridad narrativa consiguen mantener a cada segundo una sensación de amenaza que se aloja en la retina del espectador hasta abrasa por completo el cuerpo. La mezcla sonora y las dramáticas interpretaciones comulgan magistralmente en ese aterrador paso de los minutos, viendo como algo invisible se va comiendo la vida a su paso, y sintiendo el peso de la tragedia pisándote los talones.

En el reparto encontramos caras conocidas y consagradas como Jared Harris, Stellan Skarsgard o Emily Watson. Pero no solo ellos, todos demuestran están en perfecta sintonía con el rol que les toca.

Pero más allá de los efectos colaterales, esta serie ahonda con sobriedad y esmero en los factores humanos y gubernamentales que influyeron en el accidente y en el post accidente.
De forma subversiva van dibujando poco a poco un perfil de la situación en la que todo el mundo quiere lavarse las manos y en donde la falta de protocolos, de medidas de seguridad y de planes de actuación va aumentando cada vez más el riesgo, mientras tratan de averiguar los motivos humanos que ocasionaron el desastre.

Siempre es un error humano, pero siempre tiene que haber alguien que pague por él con un precio mayor, y que esconde los defectos de muchos otros. Y al final, la torpeza, el orgullo patrio y la política fueron los desencadenantes de un eterno infierno.
Si no me equivoco, parte de la trama irá encaminada en ese sentido en los próximos capítulos, y para ello, guionistas y director se nutren del multi protagonismo para que la historia se cuente con la mayor amplitud de miras posibles.

Gracias a la tensa escena y a la forma en que se van asentando los hechos y presentándose los personajes, el carácter fílmico de Chernobyl se traslada con audacia hacia el thriller. Sin embargo, yo veo en él un drama nacional e internacional que supuso un antes y un después para la elaboración de planes de actuación y sistemas de trabajo en este tipo de instalaciones, y sobre todo una advertencia futura.

Lo que también han plasmado como telón de fondo es esa ciudad que, temerosa y confiada a la vez, observa desde sus casas y puentes la tragedia. La central les daba trabajo a ellos y sus familias y por tanto una forma de vida, pero también fue el comienzo de sus muertes. Ese óleo de miradas y silencios se va apoderando poco a poco en la serie.

Chernobyl sucedió antes de todo la histeria mediática de Internet, y pese a que permanece en la memoria colectiva como un fantasma abandonado, está ahí. El gran acierto de Craig Mazin (guionista) y Johan Renck (director) es que han conseguido que este hecho cale emocionalmente en el espectador como si estuviese ocurriendo ahora. Y está ocurriendo, ahora, en HBO, honrando a los que sufrieron, poniendo de manifiesto la magnitud de nuestros errores y advirtiendo de que esto podría suceder también hoy en otro lugar del mundo, quizás junto a tu casa.

Pero, permitidme aludir a esta frase que leí en el libro Voces de Chernóbil de Svetlana Alexievich:

‘Las bombas atómicas no desaparecerán ni siquiera cuando se destruya la última ojiva nuclear. Quedarán los conocimientos’.

 

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