Analizamos en profundidad Adolescencia la serie de Netflix de la que todo el mundo habla
Analizamos en profundidad la serie que tanto están dando que hablar en las últimas semanas, con está crítica de Adolescencia.
Convertida en pocos días en la miniserie más vista de la historia de Netflix y superando a la cifra de espectadores de ficciones como la Temporada 3 de Stranger Things. Una serie cuyos derechos han sido comprados por parte del Ministerio de Educación de Reino Unido para poder proyectarla en centros educativos.
Aquí está nuestro análisis de la serie Adolescencia. Creada por Jack Thorne (responsable de otra de esas joyas televisivas sepultadas en el catálogo de Netflix como The Eddy junto al cineasta Damian Chazelle) y Stephen Graham (el actor que interpreta al padre de la familia en Adolescencia). La dirección recae en Philip Barantini (Chernobyl, Hermanos de sangre).
La adolescencia, más complicada que nunca
Miniserie británica en cuatro episodios de una hora. En el primero vemos la detención de un chaval de trece años en su domicilio. El desconcierto y la indignación de la familia traspasa la pantalla. Queremos creer que se trata de un error y que en enseguida se esclarecerá la situación. Pero ya sabíamos que no era así cuando empezamos a verla. Los padres tampoco quieren creerlo, y el propio chico lo niega con una frialdad que asusta; es como si se disociara de ese niño que ha asesinado a cuchillazos a una compañera de clase. Lo niega incluso cuando ya es evidente. Durante los cuatro episodios veremos a un pequeño Dr. Jekyll y Mr. Hyde que acongoja y asquea al espectador.
Muchos tienen que ser los factores para que un niño llegue a cometer un crimen tan atroz; no se queda solo en las redes, va más allá.
El rodaje de cada episodio en plano secuencia añade aún más tensión a la trama, que obliga a mantenerse ojo avizor, con la boca abierta hasta el final para no perdernos ni un detalle que pueda haber sido desencadenante del asesinato. Boquiabiertos también nos deja la coreografía que ha debido ensayar al milímetro todo el equipo para conseguir esta ilusión cinematográfica. Una virguería.
Escenarios de la serie Adolescencia
La historia nos quiere contar la complejidad de este hecho, y aunque las redes sociales claramente son un factor importante, se une a otros no menos peligrosos y que hacen más poderoso al primero. El acoso escolar está muy presente; este chico tiene una autoestima baja, se ve poca cosa, rechazado por sus iguales. Pero es con su familia con quien ha pasado toda su vida; algo se ha tenido que cocer ahí.
En el instituto vemos un ambiente hostil, adolescentes completamente descontrolados y profesores cuya vocación ha sido devorada por la desmotivación, que se han rendido a usar los gritos para la supervivencia diaria. Se podría pensar que eliminaríamos ese factor mandando a un niño a un colegio privado (ahí quizá estén más ocultas), pero sabemos que en todos los sitios cuecen habas, y que la violencia no entiende de clases ni depende del poder adquisitivo, ni del nivel cultural, ni de la inteligencia del propio niño.
La desinformación de los adultos
Da pena y vergüenza (la que siente su propio hijo) ver cómo el policía cree comunicarse con los alumnos del instituto con sus pobres conocimientos sobre las redes manejando unas cuantas obviedades. Así de perdidos andamos los adultos, incapaces de adquirir los códigos de ese mundo a tal velocidad. La incomunicación.
Los expertos, que no tienen interés económico alguno, llevan años haciendo predicciones nada optimistas sobre los efectos de las redes en los cerebros de los niños, en su conducta futura. Mucho tiempo advirtiendo de los riesgos impredecibles de las pantallas, de la exposición en ellas de las personas en proceso de crecimiento, vulnerables a la violencia. En definitiva, ignorando a los que saben e ignorando nuestra propia intuición estamos permitiendo que nuestros niños se conviertan en conejillos de indias.
Eso sí, hemos ganado comodidad, hemos combatido la incertidumbre y la posible catástrofe mirando hacia otro lado. Porque sí, nos supera, es demasiado complicado. Hacemos como en el film de Adam McKay Don´t look up, en el que la población niega que un meteorito vaya a estrellarse contra la Tierra, a nadie le venía bien encararlo. El no querer ver de los padres, que siempre ha existido, ahora es más peligroso que nunca. Tener a los niños contentos se ha normalizado entre las nuevas familias. Ya no se habla de niños consentidos, sino de niños felices… Que no se pierdan nada, que no se aburran, preguntarles lo que quieren comer. ¿Y qué pasa si se enfadan con alguien que los está molestando? ¿Lo aniquilan? Ya se encargarán los padres de sacarlo del apuro.
En terapia
La adulta más preparada es la joven psicóloga que interroga al chico para indagar en sus adentros, ¿qué demonio alberga el niño dentro, de dónde viene y por qué se ha desatado? Esta mujer se encuentra con un niño con cara de ángel, con sus pequitas, pequeño, como son aún los niños con esa edad, pero con un discurso inteligente, resabiado, y lleno de una violencia desproporcionada.
Esta mujer no se rinde a la dificultad de tratar con este niño, está decidida a cumplir con su trabajo. En la serie comprobamos lo ciegos que están los adultos, que ni se imaginan lo que pasa en el actual mundo adolescente porque siguen teniendo los modelos con los que se criaron y continúan usando esas hormas para comprenderlo. La psicóloga, gracias a su trabajo, es la que más rompe sus propios moldes para tratar de entender al chico.
La masculinidad
Es uno de los temas más carnosos de la terapia. La psicóloga quiere saber cómo la entiende el chico, y sale a colación el padre y cómo se la ha transmitido él, principalmente, apoyado por la madre y el entorno.
Descubrimos que el padre apuntó en una ocasión a su hijo a fútbol y se avergüenza de él por lo mal que juega. A ambos parece haberles marcado el momento de bochorno del padre. Después lo intentará con el boxeo. Y es que a veces los adultos creemos que los niños no filtran lo que hacemos o decimos, pero es precisamente lo contrario, son esponjas. Especialmente lo que los padres hacen los niños lo aprenden; es lo que se llama el aprendizaje implícito. Nos quejamos de que los niños no dejen el móvil mientras nosotros no despegamos la vista de ellos.
Descubrimos también a un padre maltratado en su infancia, que desfoga su agresividad aunque no sea con sus hijos, golpeando otras cosas impulsivamente, y con sus silencios. Se prometió no pegar a sus hijos si los tenía, pero el niño ve la violencia igualmente. La hija se salva de eso gracias a que no tiene que cumplir esos estereotipos de género, y también porque sí, porque el azar está muy presente en los derroteros que tomará la vida de los hijos, pero es verdad que hoy en día todas las familias cuentan con más papeletas.
Y estos padres lo saben, que lo han hecho lo mejor que sabían, pero no quizá lo mejor que podían. ¿Cómo iban a imaginar que podría suceder algo así? Quizá hubieran oído campanas, pero esas cosas siempre les pasan a los otros.
Puedes leer otras de mis críticas en mi sección: María José Cerón.
Tráiler de la serie Adolescencia

María José Cerón Soria es profesora de español para extranjeros. Amante del cine y artista en la disciplina de collage. Redactora en Seriemaniac.com para hablar de cine y series de televisión.